Bernardo Kliksberg*
La inseguridad en Latinoamérica no es un mito. El clima de miedo que se respira en la región no es infundado. Según la Organización Panamericana de la Salud, un índice normal de criminalidad es el que se halla entre 0 y 5 homicidios cada 100.000 habitantes por año. Cuando el índice excede los 8 homicidios, nos hallamos ante un cuadro de criminalidad “epidémica”. En América Latina, según estudios del organismo, la tasa de homicidios es de 25,1; es decir, el triple del nivel de las epidémicas. Ante tal estado de situación, ¿cuál es el tratamiento eficaz? Los mecanismos convencionales no parecen ser la respuesta adecuada. Para poder tratar una epidemia, lo conveniente es ante todo estudiar detenidamente las causa, analizar su evolución, el impacto que tienen sobre la sociedad afectada, los síntomas, etc.
Según la OPS (1998), la violencia es una de las amenazas más urgentes contra la salud y la seguridad pública. La criminalidad produce todo tipo de daños a la sociedad. En primer término, se hallan las vidas perdidas. En varios países latinoamericanos es la principal causa de muerte en edades jóvenes, un impacto seguro al futuro. Por otra parte, la violencia tiene costos para el conjunto de la sociedad en términos de los sistemas de salud, seguridad y justicia. Se estima que el 14% del Producto Bruto de la región se pierde por la violencia. Las inversiones externas se ven afectadas ante los riesgos que implica la región. Pero, además, existen otros costos difíciles de medir, pero que son muy concretos: los costos intangibles. Rubio, (“Los costos de la violencia en América Latina” - 2000) plantea estos costos invisibles como la sensación de inseguridad, el miedo, el terror y el deterioro de la calidad de vida.
Cabe nuevamente hacer la pregunta: ¿cómo enfrenta entonces la criminalidad latinoamericana, esta epidemia de delincuencia que hace difícil la vida diaria, que compromete la economía y que crea multitud de daños intangibles y genera esa atmósfera de miedo? Es entonces cuando en el lugar de las respuestas aparecen los mitos, que no han evidenciado no estar a la altura de las circunstancias.
Acudir a soluciones simplificadoras sólo lleva a que el problema se agrave deteriorando aún más los factores que la determinan. Pero parece ser el camino más fácil para aquellos que se ven favorecidos por la situación actual, sectores que se valen de la sensación de inseguridad para hacer promesas demagógicas sin que esto implique luego, enfrentar el problema estructuralmente.
¿CUÁLES SON ALGUNOS DE ESTOS MITOS?
MITO I: “EL PROBLEMA ES POLICIAL Y SE RESUELVE CON MANO DURA”.
Las políticas predominantes en muchos países de la región han estado guiadas por esta visión básica. “Tolerancia cero”,” Mano dura”, “Puño de hierro”, etcétera.
Políticas que plantean aplicar con dureza la punición contra las infracciones leves para evitar acciones criminales en el futuro. Lo cierto es que este tipo de tratamiento de la criminalidad ha sido destinado a los sectores pobres y marginales de la sociedad. Dichos sectores son, según estas teorías, el caldo de cultivo de la enfermedad. Con lo cual el concepto de tolerancia cero se transforma en intolerancia selectiva (Crawford, the Local Gobernance of Crime...-1997) convocando a las fuerzas del orden a realizar una limpieza social. Los resultados de este tipo de políticas en Latinoamérica son dudosos.
Por un lado, aquellos a quienes se debe “limpiar” (pobres, mendigos, vendedores, informales, ciudadanos extranjeros, etc.) ocupan en Latinoamérica un porcentaje siginficativo en el conjunto de la sociedad. Por otra parte, la realidad de las instituciones policiales tiene imperfecciones agudas. Es débil en términos de profesionalidad, carrera, sueldos adecuados y entrenamiento, lo cual las convierte con frecuencia en “malditas policías” con graves problemas de corrupción, abusos de autoridad, cooptación por los grupos de drogas, y en los años de dictaduras del Cono Sur, en un apéndice más del sistema de brutal represión instituido. Apoyados además en la impunidad característica de la región producen un deterioro en término de derechos humanos, sobretodo hacia los sectores más débiles de la sociedad.
El peligro de estas operaciones sistemáticas de “limpieza social” ha generado resultados escalofriantes, como el exterminio de niños en Río de Janeiro, Bogotá y otras ciudades con el objeto de evitar que se transformen en futuros criminales. Este tipo de razonamiento -exterminar a las razas inferiores que no merecen vivir y mejorar la calidad demográfica de la población- es el que inspiró a las bandas nazis. La “mano dura” no es una teoría a probar. Veamos los resultados de su aplicación.
Según un informe de Usaid (Central América and México Gang assessment/2006), El Salvador atacó el crecimiento de las maras (bandas o pandillas) con la aplicación de “mano dura” y “super mano dura” permitiendo de esa manera que se detuviera o encarcelara con la simple excusa de la apariencia. También se crearon programas de prevención, pero la inversión en represión fue de un 80%. Como resultado, 11.000 miembros de las pandillas fueron encarcelados, sin embargo, los homicidios siguieron creciendo de 2.172 en 2003 a 3.032 para los primeros 8 meses de 2006, por otro lado, el sistema carcelario colapsó ante la superpoblación, provocando masacres en varias cárceles. Según los análisis, el encarcelamiento masivo provoca efectos absolutamente contrarios.
Las pandillas se profesionalizan y organizan adoptando estructuras nacionales bajo liderazgos firmes. Además las denuncias por abusos y la existencia de abusos dentro de la policía aumentan.
La sociedad no se siente protegida y la población considera que la situación del país es peor en comparación con la de 2005.El Salvador es apenas un ejemplo que la política de “mano dura” no sólo lleva al fracaso sino que profundiza el crecimiento de la criminalidad. Como consecuencia de estas políticas, surgen además los grupos de seguridad privada, que en algunos casos supera ampliamente el número de efectivos policiales. Estos grupos trabajan sin control estatal y en la mayoría de los casos con absoluta autonomía, lo cual se traduce en riesgo significativo.
Nicaragua, por su parte, intentó un enfoque distinto, basado en la prevención y rehabilitación, con resultados mucho mejores. Una de las estrategias utilizadas fue la relación activa entre la policía y la comunidad, también se abrieron oportunidades de trabajo y de desarrollo artístico y vocacional en las cárceles. Entre otros programas, se crearon comités de prevención del delito, entre el gobierno, los medios, el sector privado, y los miembros de las pandillas, dirigidos a quienes desearan abandonar estas organizaciones; oportunidades educativas, consejería, entretenimiento y búsqueda de trabajo.
¿POR QUÉ FRACASA LA MANO DURA?
1) Porque la “tolerancia cero” tiende a tratar indistintamente todas las formas de criminalidad. De modo que el peso de la ley cae por igual sobre el crimen organizado como sobre jóvenes y niños que se inician en actos delictivos menores. De esta forma, al joven se le cierra cualquier posibilidad de rehabilitación y se lo empuja a convertirse en carne de cañón para las bandas criminales que ofrecen un futuro con tentadores ofertas y un marco de pertenencia. Esta homogeneización, además de antitética, da una marcada respuesta e ineficiente. No sólo no soluciona los problemas sino que los profundiza.
2) Porque la superpoblación de las cárceles, el hacinamiento, tiene todo tipo de repercusiones posteriores. Estadísticamente, el aumento de los índices de encarcelamiento, y la reducción en un mediano y largo plazo de la criminalidad, no tienen correlación comprobada.
3) Porque el concepto de “mano dura” aplicado a posibles infractores potenciales, plantea la máxima vigilancia sobre las personas con privaciones básicas. En Latinoamérica, donde los índices de pobreza oscilan entre el 40 y 60%, la propuesta de tolerancia cero no supone controlar mediante su aplicación a una minoría sin aplicar “guante de hierro” a la mayoría de la población, generando tensión social y resintiendo fuertemente la posibilidad de una cohesión social.
4) Porque la mano dura tiene riesgo gravísimo de derivar en la criminalización de la pobreza. Es penalizar a las víctimas de sistemas económico-sociales que no crean oportunidades reales para el conjunto de la sociedad.
MITO II: “LOS PAISES EXITOSOS HAN CONSEGUIDO RESULTADOS PORQUE HAN APLICADO MANO DURA”.
La fantasía que la mano dura funciona porque los países desarrollados la aplican con excelentes resultados es una falacia destructiva. Una imagen que se vende a los países subdesarrollados como una verdad cuestionable. ¿Cuáles son las bases de este fundamento?Tomemos ejemplos concretos. Finlandia es uno de los países líderes en este campo, tiene 2,2 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes ¿a base de mano dura? NO, exactamente lo contrario. Tiene el menor número de policías por habitante del planeta. Sin embargo, ha logrado reducir el número de presos en las cárceles de 4.709 en 1983 a 2.798 en 1997 (un 40% en catorce años) y ha continuado la tendencia.
Evidentemente hay políticas estructurales que están actuando y que nada tiene que ver con el aumento de personal policial en las calles ni con el crecimiento de la población carcelaria. Es pertinente que quizás sea el modelo nórdico de economía, sociedad y cohesión social el que actúa dando tan esperanzadores resultados.
Veamos ahora el ejemplo utilizado por los precursores de la mano dura: EEUU. En primer lugar, se trata de uno de los países desarrollados que más dificultades tiene para atacar el problema de la criminalidad. La Organización Mundial de la Salud (2003) ubica en 1998 su tasa de homicidios en 6,9 cada 100.000 habitantes frente a 0,7 de Francia, 0,6 de Inglaterra, 1,1 de Italia y 0,6 de Japón.Comparemos las cifras de los dos ejemplos dados: FINLANDIA: 2,2 Y EEUU: 6,9 (una tasa que actualmente está subiendo). Los estudios demuestran que en los Estados Unidos son mucho más altas en los jóvenes, y la mayoría de los presos pertenecen a un sector muy definido: minorías de color y latinas. Dos tercios vienen de hogares que están bajo la línea de pobreza.
Según un estudio de New England Journal of Medicine, sobre 30.327 presos liberados entre 1999 y2003, la posibilidad de morir por sobredosis después de su liberación era 12 veces mayor a la de la población promedio, y la posibilidad de ser asesinados 10 veces mayor, la rehabilitación carcelaria parece dar resultados nefastos.
Los partidarios de la mano dura, ponen como ejemplo a New York, pero San Diego, que aplica políticas de integración entre la policía, la alcaidía y la sociedad, redujo la tasa de homicidios un 62%. Entre 1993 y 1996, la cantidad de detenciones en San Diego disminuyó un 15%, mientras que aumentaba en Nueva York en un 24%.
MITO III: “LAS CAUSAS ÚLTIMAS DE CRIMINALIDAD SON POCO CONOCIDAS”.
La mano dura actúa sobre las conductas finales, como se ha observado, con resultados dudosos. Se está concentrando sobre los síntomas de la epidemia de criminalidad, sin profundizar sobre las causas que la determinan, que son bien concretas y visibles. Las ignora. Entre estas causas se halla la pobreza, la desocupación juvenil, la baja educación y la desarticulación familiar.Los indicadores sociales de América Latina, muestran la presencia de una pobreza extendida, de carácter persistente y con un importante componente de pobreza extrema. Las personas pobres pasaron de 146 millones en 1980 a 227 millones en 2005, hubo mejoras en 2005-2006, pero el panorama global no cambia. Las tasas del desempleo subieron del 6,1% en 1980 a 10,9 en 2000.
En su mayoría, los desocupados son jóvenes. El trabajo en la juventud, además de un modo de subsistencia, es esencial para la integración social. Todo ello les es vedado por la pobreza y la desocupación persistentes. La situación social se hace hostil y deja afuera a millones de jóvenes en un momento decisivo de sus vidas. La relación con el Estado para esos jóvenes es totalmente negativa, es la represión policial.
Varios estudios demuestran que cuanto más alto es el nivel educativo de una población, menor será el número de delitos. Sin embargo, los niños de hogares pobres de Latinoamérica, deben abandonar sus estudios para trabajar y ganar el sustento para sus desarticulados hogares. ( La OIT estima que hay más de 18 millones de niños menores de 14 años que trabajan en la Región. Sólo el 40% de los jóvenes en América Latina terminan sus estudios secundarios. El resto se convierte fácilmente en ciudadanos vulnerables al delito.
Por otro lado, el desmembramiento de la estructura familiar elimina la posibilidad de transferencia de valores, contención y aprecio por la vida y las relaciones humanas y sociales. El núcleo familiar no es reemplazable por ninguna otra institución. Eso lo convierte en la clave fundamental para prevenir el delito. Los jóvenes quedan expuestos a las ofertas de paraísos económicos, sentido de protección y pertenencia que ofrecen las bandas del crimen organizado.
La mano dura no roza ni siquiera las causas estructurales del delito. Tiende incluso a empeorar la realidad de los jóvenes convirtiéndolos en potenciales sospechosos, acentuando la exclusión y el resentimiento.
MITO IV: “EL ENFOQUE INTEGRAL SÓLO PRODUCE RESULTADOS A LARGO PLAZO”.
La última barrera de rechazo a la profundización de las políticas estructurales es la de los plazos extensos. Un argumento que juega contra la urgencia de la sociedad y sólo entorpece la aplicación de un criterio coherente y efectivo. El estado trabajando con la sociedad civil, ha creado, en diversos países, programas integradores basados en la educación y la contención de las comunidades sensibles, obteniendo resultados que se vuelven tangibles y tienen un impacto de réplicas positivas y en el conjunto de la sociedad. Planes de legalización de viviendas de los pobres, previsión de obras públicas, servicios de salud, espacios de recreación, capacitación, apoyo a microempresas y fortalecimiento de los centros vecinales, han dado resultados cuantitativos y cualitativos en materia de seguridad e integración social, con consecuencias tangibles a corto plazo.
Es entonces cuando no podemos dejar de preguntarnos: ¿a quién beneficia la mano dura? La ciudadanía latinoamericana tiene motivos para estar alarmada y sentir miedo ante las cifras de criminalidad. Sin embargo, las ultimas décadas, han demostrado que el camino fácil y demagógico de las promesas, y la implementación de mano dura, lejos de solucionar el problema, lo agudiza.La discriminación y el autoritarismo resienten los lazos sociales, y sólo engendran más violencia y resentimiento. La pobreza, la desigualdad, y la exclusión crean enormes tensiones que dan como resultado una criminalidad en sistemático crecimiento.
Hace falta un pacto social para enfrentarla a través de estrategias que fortalezcan la cohesión social.La delincuencia juvenil se reduce invirtiendo más en educación, creando oportunidades de trabajo para los jóvenes y la familia. La institución policial no puede estar exenta del cambio, debe volver a ser parte integral de la comunidad. Es hora de mejorar sustancialmente el debate público sobre esta problemática, estudiarla y crear políticas acordes que abandonen la lógica convencional que ha generado tan pocos resultados y que tanto daño ha hecho; que, de una vez por todas, den una salida real, ética, y humana.
*Asesor de numerosos gobiernos y autor de múltiples obras de gran impacto internacional. La más reciente el best seller “Más ética, más desarrollo” (13 ediciones, tema 2007)
Termina de recibir por su trayectoria los Doctorados Honoris Causa de la Universidad Nacional de La matanza, de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y de la Universidad Autónoma de república Dominicana.
29 jun 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario